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Sé tu propio 'coach'

  • Alfonso Gracia
  • 6 feb 2018
  • 4 Min. de lectura

“Si no tienes una filosofía de vida, te la impondrán otros”, que es lo que ocurre en el mundo despiadado del capital, donde con todo se comercia y, más que nunca, con las ideas. Es lo que ocurre cuando oímos a un coach elevar lemas como “una filosofía para tiempos de no filosofía”, o incluso cuando una terapeuta nos regala críticas a la filosofía académica que, en realidad, se acomodan en una concepción de su praxis terapéutica, que a la sazón es realmente académica en la medida en que la concibe como un “saber” concreto y aplicable, un saber arcaico pero poco reconocible de lo que ya están ofreciendo las hordas de funcionarios de la ortopedia moral que, con el auge imparable del liberalismo, se han apropiado hasta del último rincón de nuestras calles y nuestras neuronas.


Tener una “filosofía de vida” es importante, si es “propia”. Realmente, la referencia a la “vida” podría ser sustituida o simplemente suprimida. Tener una filosofía es lo que realmente nos distingue de los sujetos de consumo y practicantes de la nueva religión, testigos del cambio mental propiciado por una aventurada Nueva Era que está más cerca del éxito de lo que muchos observadores escépticos hubiéramos podido creer o incluso desear.


Lo que dicta esta nueva “religión” es que hay un pequeño coach en cada uno de nosotros. Analicemos bien lo que esta palabreja dice. Basta que la traduzcamos al español para que se nos descubra su olor natural, oculto bajo vastas fragancias de supermercado, que no por baratas resultan menos queridas por su capacidad de encubrir. Un perfume potente que trata de extender un nuevo velo sobre los aromas antiguos, como las colonias de viejas. Un perfume que a nadie engaña más que a su propio portador, que es quien lo huele todo el tiempo y deja de distinguirlo como lo que verdaderamente es: un mero velo encubridor, pero un velo. Un velo ligero, si se me permite, no porque la fragancia en cuestión no resulte de lo más pesada y hasta molesta, sino porque ni siquiera cumple su función con la eficacia que se le demandaría: pues no solo deja ver, o mejor oler, el aroma original, el que trataba de ocultar; sino que además, en las más de las veces –como ocurre con la sal bien usada respecto al sabor de los alimentos–, lo potencia.


Hay un coach dentro de nosotros. Lo que hace el coach es tocar con tu coach interior. Recuerdo una frase que me tocó el alma, una vez que participé en una clase sobre cómo aplicar las leyes del marketing al negocio de las terapias: “No aceptes que te paguen poco. Si alguien no te puede pagar lo que mereces, tú le vas a enseñar a conseguir el dinero para que te pueda pagar”.


Se entiende que todo este mercado funciona porque se retroalimenta. En el fondo, todo lo que tiene que ver con el manejo de la subjetividad opera así. No hay mejor manera de hacer que la gente acuda a los coaches que haciendo que ellos mismos se conviertan en coaches, para ellos y para otras personas.


Se argumentará que esta retroalimentación, característica del coaching como práctica social, no nos debería escandalizar, ya que lo mismo ha ocurrido durante años con los psicoanalistas. Sin embargo, hay una diferencia importante entre los dos casos respecto a su finalidad: porque en lo que ahora analizamos, la utilidad del saber no está siquiera en cuestión, sino que se presupone de antemano: “debes enseñar a tu paciente a lograr más dinero, en lugar de aceptar que pague menos”, debes ser su coach, su director de vida, no ya de la terapia. Lo que ha hecho el mundo del coaching es justamente esto: sacar a la calle las terapias yoicas, en las que se nos enseñaba a adaptarnos a una realidad problemática; sacarlas “a la vida”. El coach deja de ser un terapeuta (y justifica así su distinción específica) en el momento en que se inmiscuye en todas las creencias de su cliente y, lejos de ponerlas en cuestión, le impone las suyas: “debes ganar más dinero, y yo te voy a enseñar cómo”.

Finalmente, lo técnico del saber es lo de menos, porque es muy fácil elaborar un plan para ganar dinero. Pero falla la pregunta: ¿por qué no has querido ganar dinero hasta ahora? ¿Por qué, a partir de ahora, ese debería ser uno de tus objetivos? Falla la pregunta porque reluce la verdadera afirmación que su fragancia recubre: “ese dinero que me conviene a mí, a mi yo, a yo, que soy tu coach y terapeuta, pero sobre todo soy yo. Lo que voy a hacer es imponerte los ideales en los que se realice mi yo, para seguir imponiendo sus intereses y alcanzar, así, el modo de satisfacerlos”.


Y a esto, llamarlo “terapia” o “desarrollo personal” es un engaño, porque no hay cuidado de ningún tipo sobre el paciente, y porque es lo menos personal que se puede concebir en el espacio terapéutico en que nos desempeñamos. Esto es puramente negocio y promoción de una ideología, que es la del capitalismo, aunque eso sea lo de menos.



 
 
 

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