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Diálogo sobre la cultura actual

  • Foto del escritor: Eleuterio Valldigna
    Eleuterio Valldigna
  • 23 ene 2018
  • 3 Min. de lectura

–Te digo que eso no es cultura


–Pues, si no es cultura, ¿cómo lo llamarías?


–Lo llamaría como es: industria, industria “cultural”, por parafrasear a algún erudito. Pero no cultura. Es solamente un objeto de consumo.


–Yo no creo que sea lo mismo que Operación Triunfo, o que el Despacito; no me parece justo compararlos. Es más, me parece que es justo lo contrario: que es la cultura que trata de luchar contra la cultura mayoritaria. No se puede negar que algo sea cultura solamente porque no nos gusta, porque ese es un argumento muy subjetivo. ¿A ti, por ejemplo, te gusta la música clásica? ¿La música clásica es cultura y el ska no lo es, por ejemplo? ¿Por qué? Hay un prejuicio muy trasnochado, en realidad: que lo anterior era mejor. Y punto. No hay más. Está claro que la música, o las películas, que consumen la mayoría, no tienen ningún tipo de calidad, porque no hacen más que reproducir cuatro patrones, y con eso se aseguran el éxito del público. Pero el arte que se hace como contracultura, como vanguardia, como forma de lucha, es precisamente el que se rebela contra eso. De nada vale que tú seas muy erudito y te guste la música clásica, porque en el fondo se trata de lo mismo: estás escuchando tu música, sentado en tu sofá, regodeándote de lo listo que eres y del buen gusto que tienes eligiendo vino o güisqui. Eres un pedante, colega.


–Analicemos, antes de juzgar. Hablamos de que se generan fenómenos culturales que tratan de “combatir” a la cultura que ha generado el capital. Yo te digo que eso que ha sido generado por el capital no es cultura, ni ha sido nunca cultura. La mayor parte de la música clásica fue financiada por la aristocracia europea. Es viejuna, tanto que ni siquiera identifica al público burgués. Es cultura porque, en cierto modo, es difícil. Puede gustar al público, incluso al gran público, pero tiene una pretensión elevada. Y la música actual, incluso la que pertenece a eso que llamas tú “contracultura”, no tiene esa pretensión. Sin ella, todo lo que se produzca es folclore, o si lo prefieres, industria, porque el pueblo ya no existe y ha sido sustituido por esa masa apolítica y hasta amorfa que el comercial identifica con “el consumidor”. Consumidores de música revolucionaria, pero consumidores. Si algo no os gusta, no lo vais a consumir, y punto, porque el fenómeno de la contracultura responde a la misma estrategia y no lucha verdaderamente en el núcleo: se conforma con plantar cara en una batalla de popularidad, que es exactamente el ordenamiento que ha sido impuesto por el stablishment del capitalismo: elecciones a delegados de clase, elecciones asamblearias, elecciones al gobierno o a las cortes; democratización. Decía Nietzsche que cien años más de esta democratización, y el espíritu acabaría oliendo a podrido, y eso es exactamente lo que está pasando: no hay cultura. Ni siquiera somos ya capaces de distinguir la cultura. Y nos creemos por ello perfectamente cultos, lo que es una pretensión extremadamente vanidosa, si se la piensa con seriedad. Porque el pueblo, eso que identificamos como lo más ignorante, lo extremadamente “no-pensante”, lo contrario exactamente a la res cogitans cartesiana…


–¿Eso es el pueblo para ti? ¿Un atajo de catetos?


–Eso es el pueblo, lo era desde los romanos y lo seguirá siendo. Pues bien, no es de recibo que el gusto de ese pueblo sirva como patrón del buen gusto, y mucho menos como atalaya de lo que debe ser entendido por “cultura” o incluso “contracultura”.


–Entonces, a ver si lo entiendo: ¿cuál es el problema? Porque, si se trata de que el pueblo no es lo bastante elevado, ¿quién decide lo que es y lo que no es cultura? ¿Hace falta que haya un tribunal de eruditos para que decidan que todo lo que no les gusta es una mierda y es mera industria cultural?


–Déjame seguir: que he hablado mucho pero aún no demasiado. Un tribunal, no. Pero hay que advertir que un tribunal lo hay, de hecho, y hay que averiguar dónde está: siempre se encontrará el interés del dólar detrás de cada éxito popular –ya me niego en redondo a hablar de éxito cultural–. Y debido a eso, se generan incluso discursos, que como sabrás no tienen otra intención que la de producir un “saber”. Ese “saber” es exactamente lo contrario a la cultura, y en esto “cultura” y “filosofía” se dan la mano, animosas. ¿Por qué? Recordarás que la filosofía se define como no-saber, como anhelo. Su contrario no es, pues, la ignorancia, sino la falta de esa voluntad de saber que posee, por excelencia, quien se considera sabio: el que tiene capacidad para producir un éxito, que es siempre una adecuación a las leyes de la masa, comprensión del poder de los artificios retóricos; los mismos que convirtieron a Sócrates en enemigo de los sofistas.



 
 
 

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