Escribir lo real
- Alfonso Gracia
- 20 ene 2018
- 3 Min. de lectura

Encontrar un tema ante el que hablar no suele ser fácil. La cuestión del folio en blanco va mucho más allá de una simple excusa para no ponerse a trabajar. Realmente toca aspectos muy profundos de nuestra personalidad, aspectos que podríamos tildar de ontológicos, porque están hondamente conectados con lo que somos como seres humanos y con nuestra manera de relacionarnos con el mundo.
Porque los seres humanos no somos uno más entre los seres, pese a que nuestra mirada nos lo haga entender. Nos hemos autoacusado de vanidosos, y realmente somos mucho más modestos de lo que creeríamos. Para empezar, pensamos que el mundo está ahí fuera, y que nosotros lo tocamos en parte, mayor o menor. Cuando en realidad, aquello a lo que llamamos “mundo” es poco más que una “funda”, es decir, que no es sino el aspecto fundante de lo que funda toda nuestra experiencia posible.

Por “experiencia posible” me refiero a los datos que pueden captar nuestros sentidos, sí, pero no solo a eso. El psicoanálisis como disciplina y cuerpo teórico no tendría sentido si todo el problema de nuestra relación con el mundo tuviera solo que ver con lo que pueden alcanzar a percibir nuestros sentidos. Por ejemplo: no podemos ver más allá del espectro cromático que se maneja entre el violeta y el rojo. Y tanto mismo se podría decir de lo que ocurre con nuestra capacidad para percibir sonidos. Pero esto no es un problema para nosotros: entendemos que así es “nuestra” realidad, que incluso no nos interesa poder percibir más allá de lo que percibimos actualmente, que el mundo, con sus datos, son recreaciones que produce nuestro cerebro y que nos permiten dar forma a lo que de otro modo serían conexiones disueltas de relaciones insignificantes. ¿Recuerdan la película de Matrix, las secuencias de unos y ceros que caían como cascadas, capaces de representar todos los aspectos virtuales de nuestra realidad? Pues, sin este orden impuesto por los sentidos, nuestra realidad sería aún más caótica que eso: pues lo que aquel ejemplo evidenciaba era el transfondo secuencial que, justamente, distinguía a la realidad, “en sí”, que podríamos decir, de aquella otra que el espectador enseguida distingue como “falsa” o, cuando menos, aparente, y que viene a coincidir con lo que nosotros estamos llamando “mundo”.

Durante la historia del pensamiento ha habido antecedentes a esta concepción que expresa con gran acierto la película de los Wachowscki. Por esencia, se ha respondido con ella a una concepción “platónica” del mundo, que situaba la realidad en un mundo de órdenes esenciales, de los cuales se daba explicación tanto al orden como al desorden aparentes. En cambio, en el siglo XX surge la idea de una realidad “residual”. Hay cierta homofonía muy del gusto de las variaciones estéticas que la insurgencia del psicoanálisis precipitó en la intelligentsia europea, especialmente en Francia. Lacan siguió inmediatamente esta vía.
La realidad como residuo en el que contemplamos esa secuencia virtual que no sabemos comprender. Sería algo así como la enunciación de la irrealidad de la realidad platónica. “Bienvenido al desierto de lo real”, volvemos a escuchar en la película: un lugar, sí, pero donde nos llama la atención la ausencia de orden, de leyes, que se ejemplifiquen en la secuenciación de cadenas asociativas que convierten la información en mundo, mediante un transvase virtual sin el cual la información ni siquiera es digna de llamarse información.

No hay información sin sujeto: que la clasifique, que la elija, que la “perciba”. El desierto de lo real no es “mundo”, pues, en este sentido humano. El desierto de lo real menciona a la abrumadora presencia de la nada en la que nace todo lo que existe. O valdría decir “ex-iste”: todo lo que está fuera de ella, fuera de la nada y, por lo mismo, también fuera de sí.
No es fácil determinar qué es el mundo en tanto que factor humano que se distingue de las cosas en sí. Lo que está claro es que, a partir de ahora, sabemos que tiene un carácter virtual, y que está ordenado de una forma equiparable a aquellas cadenas de unos y ceros que demuestran la precedencia de un orden que es inquebrantable, pero, ya en su fundamento, aparente: como el orden lingüístico entero que posibilita la existencia misma de este folio, ahora escrito, que empezó siendo blanco.
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